Querida yo, soltar también es crecer
Hay momentos en los que te aferras a algo que ya no te llena, que incluso te duele, pero el miedo a soltarlo es mayor que el dolor de seguir ahí. Lo he vivido. Como cuando decidí dejar atrás una relación que no funcionaba, aunque significara enfrentar el futuro sola con un hijo pequeño.
Soltar no es fácil. Implica despedirse de lo conocido, de las expectativas que una vez te hicieron soñar. Pero ¿sabes qué descubrí? Que cada vez que soltaba algo que ya no era para mí, me abría a algo mejor.
Soltar no es un fracaso; es un acto de valentía. Es decirte a ti misma: «Confío en que puedo caminar por este nuevo camino, aunque ahora no sepa exactamente a dónde me llevará».
¿Cómo aprendí a soltar?
- Aceptando lo que ya no podía cambiar. El pasado no se puede reescribir, pero sí puedes aprender de él y decidir no cargar con lo que ya no te pertenece.
- Entendiendo que soltar no es perder. Es dejar espacio para lo que realmente importa. Cuando vendí mi parte de aquella casa y regresé al País Vasco, no fue un retroceso. Fue un nuevo comienzo.
- Confiando en el proceso. A veces, lo que llega después de soltar no es inmediato, pero con el tiempo te das cuenta de que era justo lo que necesitabas.
Querida tú, si hay algo que sabes que necesitas soltar, hazlo con amor. Agradece lo que esa etapa, persona o experiencia te enseñó, pero no tengas miedo de dejarla ir. Tu vida sigue adelante, y tú mereces caminar ligera.
Hoy, escribe una carta a eso que necesitas soltar. Dile gracias, despídete y prométete seguir avanzando. Porque mereces crecer, aunque al principio dé miedo.
Un comentario